martes, 28 de julio de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (4).

Sudorosos y revitalisados tras el segundo repaso al sapasutra con los dos botines, a los que por supuesto oculté que esa había sido mi primera ves bajo una cama -he de admitir haber quedado sorprendido de mí mismo ante mis resién descubiertas habilidades amatorias- y tras regalarnos con unas rayas de fungusol que llevaba ocultas bajo las plantillas, estábamos listos para la incursión final hasia nuestro inminente ritual de liberasión.

Siguiendo instrucsiones muy presisas de su amante y mentor, o sea yo, y aprovechando que el canelo y la humana, esaustos, se habían dormido tras haberse cubierto de gloria carnal ensima de la cama como yo lo había hecho debajo, los dos botines ejersitaban sus cordones ensayando cómo balansearse colgados de las barras de la cama, en un entrenamiento que de no ser llevado a cabo con suma perfecsión daría al traste con mi plan de ataque, cosa que no podía permitir.

Cuando dominaron el balanseo, el siguiente ejersisio, mucho más fásil para ellas por lo que pude constatar, fue la sincronisasión de la puntería en relasión a la fuersa sentrífuga.
Me encantaban esos botines. Estaban hechos para servir a la revolusión.
Pude comprobar que su capasidad para la agresión y el cuerpo a cuerpo sólo eran comparables a sus artes amatorias, lo cual es desir mucho.

Al poco rato estábamos listos. Inspirados por los ejersisios que habíamos desarrollado momentos antes no nos costó encaramarnos a la cabesera de la cama donde, ignorantes de su destino, descansaban el canelo y la mujer.

Durante unos momentos contemplamos el sueño de los humanos desde arriba, disfrutando de un punto de vista que nos había sido negado hasta entonses y que nos hiso sentir la sertesa de que estábamos camino del nuevo orden.
Mis dos compañeras y yo, unidos en una brigada letal, pioneros en la lucha a la que soñaba que se uniesen millones de sapatos de cualquier material y condisión.

Tan absorto estaba en mi delirio megalómano que no reparé en mi hermano derecho, que meritoriamente había conseguido imitar nuestro entrenamiento con los cordones para poder escapar a las gordas y peludas pantuflas que le acosaban y agasaparse tras la lamparita de la mesita de noche, desde donde observaba entre aterrado y curioso el plan que estábamos a punto de llevar a cabo.

Di las instrucsiones pertinentes a mis dos flamantes ángeles de la muerte y finalmente, les di lus verde.

- Vamos nenas, demostradme lo que habéis aprendido. Si falláis ahora nuestro sueño de libertad se habrá esfumado.
- Estamos listas y apuntando. ¡Ordénanos cambiar la historia!

Solemnemente, me dispuse a resitar una frase que se me ocurrió en ese mismo instante para ilustrar la desisiva situasión en la que nos encontrábamos.

- Presiosas, este es un paso muy pequeño para un sapato pero un gran salto para...

No pude terminar la frase.
Mi hermano derecho, de un salto felino, salió de su escondite, tras la lamparita lansándose sobre mí al grito de:

- ¡Pero qué hases insensato! ¡No te lo voy a permitir!

Se lansó sobre mí, inmovilisándome con sus cordones al tiempo que me sarandeaba y quedamos los dos en precario equilibrio sobre la cabesera de la cama. Yo aguantaba sus envites como un campeón, viendo que su intensión era que ambos cayésemos sobre la cabesa del canelo, despertándole y quedando mi plan maestro en agua de borrajas.

- ¡Traidor! -exclamé- ¡Suéltame! ¿Es que no quieres ser libre?
- ¡No de esta manera! Mi libertad está con quien me mantiene activo, con quien me hase sentir útil.
- No sabes lo que dises. Únete a nuestro frente y podrás trabajar y sentirte útil por ti mismo y por tus semejantes.

Esta última frase salía de mi lengüeta prácticamente con un hilo de vos ya que mi hermano estaba empesando a apretar demasiado fuerte y yo sentía que el color del kanfort abandonaba mi empeine.
Afortunadamente, una de las dos bellesas demostró más inisiativa de la que tendría un simple soldado dispuesto a cumplir órdenes siegamente e hincó su afilada puntera bajo la suela del traidor, que dió un respingo de dolor y rabia al verse superado.
Seguía sin soltarme, aunque la sorpresa de verse atacado le hizo aflojar un poco su presa, pero a la vez redobló su agresividad, dándole un cordonaso a mi salvadora que casi la hase caer sobre la cama.

Hasiendo acopio de fuersas, el botín volvió a hincar la puntera y hasiendo palanca con su tacón nos catapultó a mi hermano y a mí por los aires en una suerte de madeja de cordones, cuero y furia fratisida.

Lo siguiente paresió durar una eternidad, aunque sólo fueron los dos segundos que permanesimos en el aire.
Viéndome libre del peligro de caer sobre el canelo grité:

- ¡Ahora! ¡Vamos presiosas, no me falléis!

Con la seleridad de un resorte, los dos botines unieron sus contrafuertes y balanseándose con sus cordones se lansaron al vasío, con los tacones apuntando al techo en perfecto paralelismo.
La esena transcurría como a cámara lenta mientras ellas ganaban toda la altura que les permitían sus largos cordones, mientras mi hermano y yo caíamos hasia el suelo, libres de la posibilidad de despertar al canelo.
Finalmente, los cordones se tensaron y el tiempo paresió detenerse para recuperar su marcha a gran velosidad cuando la fuersa de la gravedad cumplió con su cometido.

Al unísono, con presisión suísa, quinse afilados sentímetros de madera y goma penetraron en las cuencas oculares de la mujer con un chasquido húmedo, reventando ambos globos oculares y penetrando a través del nervio óptico hasta el serebro.

Un estremesimiento.

Un estertor.

Y quedó inmovil para siempre.

Mi hermano y yo habíamos aterrisado justo al lado de la cama, a pocos sentímetros de las gordas y horrendas pantuflas que asistían a la esena aterrorisadas.
En pleno frenesí desidí que en la lucha, tan importante como la fuersa bruta es la estrategia, y a ella recurrí.

lunes, 27 de julio de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (Interludio)

Tras el prolongado y forsoso silensio al que me he visto obligado a condenarles a ustedes vosotros, creo nesesario aclarar siertos puntos que la narrasión exige en pro de su entendimiento.

Puede pareser evidente a ojos de los portadores de pieses que mi hermano derecho sufre una espesie de trauma que afecta a su vida sosial y sesual, visto su comportamiento entre huraño y autoescluído en el transcurso de nuestro relato.

Para una correcta comprensión aserca de la idiosincrasia de los sapatos dependiendo del lado al que apunta la horma es nesesario recapasitar el hecho de que lejos de ser una postura esensialmente política, es más debido a una cuestion de responsabilidades adquiridas, siempre supeditadas al uso que hase el portador de pieses de sus estremidades.

Me esplico:

El canelo, nuestro portador de pieses, es diestro.
Este hecho produse un eseso de responsabilidad en el pie derecho y por estensión en el sapato correspondiente, cuyas costumbres le otorgan lo que en el ámbito de los portadores de pieses se podría denominar "eseso de selo".

Me esplico un poco más:

Los portadores de pieses diestros tienden a soportar el peso sobre el pie derecho, pie que también es el primero en salir de la cama y el primero en calsarse.
Si hay que dar una patada, se hase con el derecho.
Cuando se crusan las piernas es la derecha la que se posa protectoramente sobre la isquierda, quedando el pie -y por ende, el sapato- suspendido en el aire por tiempo indefinido.
Colillas e insectos son pisoteados también con el pie derecho.

Todos estos y otros muchos factores llevan a nuestros hermanos derechos a un desgaste físico y emosional que más tarde o más temprano acabarán por moldear su carácter.

Mi hermano derecho, a pesar de lo que se sabrá prósimamente, no es un mal sapato.
Sólo está institusionalisado. Él trabaja y trabaja mientras yo puedo dedicarme a ejersitar mi intelecto y a superar mis traumas en el confort de mi osiosidad.
El sapato isquierdo de un diestro es un espíritu libre, mientras el derecho es un producto de una sosiedad basada en la esclavitud, en las consecuensias de un hecho tan caprichoso como qué juego de estremidades usa el portador de pieses para realisar sus actos cotidianos.

En resumen, mi hermano derecho es un sapato sin libertad, sin alma, incapas de sosialisarse puesto que en su condisión de reseptáculo para el pie hábil sólo vive para haser las cosas y además haserlas bien.
Es lo que los portadores de pieses llamarían un conservador al servisio del sistema.
Sirva esto para justificar acontesimientos futuros que no tardarán en ser narrados y que quisá nunca hubiesen ocurrido si el canelo fuese ambidestro (o mucho peor para mí, surdo).

Es por esta misma rasón que el caso que contaba aserca de la bota militar por la que fui sodomisado supuso un trauma más grande para mi hermano que para mí, puesto que en mi amor por la libertad está mi bálsamo y mi instinto de superasión, mientras que para un sapato acostumbrado a la rutina, a que todo marche como ha de marchar, a controlar perfectamente actividades tan sensibles como pisar un aselerador de con presisión alemana, ver algo tan fuera de sus esquemas como la violensia sesual hasia un hermano sea una esperiensia que, por insólita, no pueda consebir.

No hase falta desir que este hecho, sumado a su situasión de semi-esclavitud, haya sesgado de manera dramática su capasidad de seducsión hasta el punto de que las dos bellesas de tacón que nos acompañaban esa noche cayeron rendidas a mi desparpajo, a mi amor por la libertad y mi elocuensia de revolusionario osioso.

Seguiremos con nuestra narrasión en breve, viéndose aclarado el estraño modo de comportarse de mi hermano ante tan rijosa esena de desenfreno.

lunes, 16 de febrero de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (3)

Al salir del sine la sita prometía emosiones intensas.
No sé si por mi encanto natural de isquierdista proletario o bien por mi asento, ambos botines paresían buscar una sensasional noche de actos sonrojantes, mientras mi hermano derecho caía en el más asoluto ostrasismo y el canelo intentaba como podía -o sabía- que la resién conosida portadora de pieses le franquease el umbral de su habitasión.

No paresía ser sufisiente con una sesión golfa de sine. La portadora de pieses no estaría dispuesta a portarse como una golfa antes de una sena de medianoche y unos mojitos de angostura.

Ya en un conosido restaurant-lounge de la sona más chic de la siudad, fusión japonés-brasileño en el cual abultaba más la cuenta que la carta, pude comprobar que estaba en lo sierto en mis suposisiones aserca de ese par de sapatos de ensueño. Las dos bellesas acarisiaban seductoramente mi empeine, horma y serquillo al refugio de los largos manteles que cubrían la mesa mientras mi hermano derecho, sin siquiera atreverse a llamar la atensión se agitaba nerviosamente, aunque esto último bien pudiese obedeser a que el canelo estaba cayendo víctima del influjo sesual de la desconosida, o acaso, más prosáicamente, que le hubiesen entrado ganas de micsionar.

Tras unos cuantos mojitos y un chupito de sake, invitasión de la casa, ambos se hisieron a la calle y con ellos las dos parejas dispares que formábamos mi hermano derecho, visiblemente incómodo, yo mismo y los dos bellos botines que contoneaban sus tacones y me miraban lassivamente mientras me guiñaban los ojales en una suerte de dansa de apareamiento que para ser sinsero, me dio ganas de aparearme a base de bien aunque no supiese muy bien cómo haserlo puesto que el canelo no me había guardado nunca bajo una cama acompañado de sapatos de humana, esepto aquella ves que más acongojado que sesualmente esitado, sufrí la esperiensia de ser sodomisado por una bota militar de puntera metálica que para más inri desconosía el término "peusek". Creo que mi hermano derecho nunca terminó de superar el trauma.
Pero será mejor dejar para otro día la complicada vida sesual de los sapatos puesto que dudo que ustedes vosotros sepan apresiarla sin escandalisarse.



Finalmente llegamos al piso de la humana, y sin más preámbulos que un empujón y una frase que desía algo así como "demuéstrame qué sabes hacer, tigretón, que los mojitos me han puesto mojita", sea cual fuere su significado, se entregaron a toda clase de actos que me hisieron suplicar al Gran Sapato de los Sielos que desnudasen también sus pieses y nos evitasen ser espectadores de sus humanadas sudorosas.

Afortunadamente, se deshisieron de nosotros y por fin pude deslisarme bajo la cama con ese par de rutilantes bellesas y emplearme como un campeón a erisarles los cordones de plaser a ambas, mientras mi hermano derecho era testigo de todo desde la alfombrilla y me miraba de reojal con manifiesta envidia mientras dos gordas sapatillas de andar por casa le tiraban los tejos de manera descarada, a lo que el pobre desgrasiado no paresía muy reseptivo.

Sea como fuere, omitiré los detalles por no llenar de susia pornografía este relato y les emplasaré en el momento en el que ya descansaba entre los dos botines, arropado por el cuero de sus cañas. Cubierto de arrumacos y carisias, mis cordones recorrían toda la estensión de los dos altivos tacones que como columnas jónicas me hasían sentir un semidiós del sapartenón.

Y entonses la fantasía de madera, carne y sangre que me había acompañado durante toda la noche adquirió una claridad meridiana.

Le pregunté a los botines:

- Reinas, ¿Puedo haseros una pregunta, a riesgo de ser indiscreto?
- León -Respondieron- después de esta noche puedes hasta preguntarnos el número.
- No, presiosas, no llegaré tan lejos. Dije indiscreto, no grosero. ¿Cuánto miden vuestros tacones?
- Quinse sentímetros aprosimadamente. -Dijo el botín derecho, algo estrañado pero visiblemente curioso.
- No te irá el rollito raro, ¿no? -Apuntó el isquierdo.
- ¡Oh, no! -respondí con una carcajada- ¡Por supuesto que no!

"Quinse sentímetros!" -pensé. "Estoy viendo el camino a seguir"

- Entonses? -Insistió el botín isquierdo.
- Prestad atensión...

De memoria, les resité mi manifiesto de liberasión sapatil y cuando terminé les brillaban los ojales de pura esitasión.
Volvimos a entregarnos a la concupisensia en un acto de catársis que nos uniría en nuestro posterior acto inisiático.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (2)

De pronto, mis pensamientos quedaron interrumpidos por una visión que me dejó con la lengüeta fuera.

Envueltos en un halo de glamour, un par de botines de tacón alto se hallaban a mi lado sin apenas haber reparado en mi.
Eran la bellesa sapatificada.
Eran de un color negro rutilante -¿charol, quisás?- y remachados con diminuta pedrería que destellaba con la lus de las farolas y de la marquesina del sine a cada uno de los suaves movimientos que hasían, con una elegansia que paresía fuera de lugar, una cadensia distinta a cualquiera de los objetos en movimiento que nos rodeaban, como si el tiempo y el espasio hubiesen reservado un hueco sólo para albergar esa sensual forma de moverse.

Quedé impresionado.
Sólo faltaba saber si eran, además de bellos, perfectos.
Así que osé alargar uno de mis cordones y rosar suavemente su empeine, deseando descubrir que no eran de polipiel.
El tacto consistente y elástico de su revestimiento me convensió. Auténtica piel de porsino.
Se me erisaron los prespuntes al contacto de mis cordones mojados por la lluvia con la perfecsión hecha sapato.

Hasta mi hermano derecho, que nunca solía desir nada, rompió su silensio para desir:

-Joer, tio, están buenos, eh? A ver si esta noche triunfamos, y catamos tacón de una ves!

Siempre me irritaron los modales de mi hermano derecho. Si hubiese sabido que esa era la última noche que pasaríamos juntos, quisá se hubiese guardado su comentario.

Una ves en el sine inisié mi asercamiento, aprovechando que el canelo tenía la horrible costumbre de descalsarse tan pronto como se sentaba en la butaca, lo cual me dejó una libertad de movimientos que me vino al dedillo.
presenté mis disculpas por el comentario de mi hermano derecho, que fueron aseptadas puesto que ya que teníamos que compartir una noche, mejor que fuese en pas y armonía.

De pronto, mientras charlábamos me asaltó un pensamiento que me horrorisó.
Me pregunté qué penetrasión tendrían esos taconasos en la carne de los portadores de pieses.
Me sentía tan estraño... jamás había tenido semejante pensamiento hasia mi portador de pieses, por canelo que fuese.
Pero por alguna rasón la idea se fue afiansando en mi cabesa y no me abandonó por el resto de la velada.
Una velada que resultó ser más movida de lo que hubiese sospechado, y en una connotasión radicalmente distinta.

lunes, 9 de febrero de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (1).

Me paresía imposible.
Jamás lo hubiese creído de no haberlo visto con mis propios ojales.

El inepto de mi portador de pieses tuvo una sita.
¡Y yo que lo hasía tan canelo! 

Por lo visto la sita fue muy bien para él, pero muy mal para mí. Ay! Las prioridades de un sapato no siempre concuerdan con las de un portador de pieses.
Al canelo no se le ocurrió otra cosa que sitarse con la mujer en la puerta de un sine.
No podían haberse sitado DENTRO del sine?! 
Estaba lloviendo a cántaros y huelga desir que a un sapato no le sirve de mucho un paraguas.
Estaba empapado y nervioso, pues según algunos amigos cuyos portadores de pieses disfrutaban una vida sosial más intensa que la de mi canelo, dos pares de sapatos bajo una cama son capases de realisar actos tanto o más lúbricos que los que ocurren ensima de ella.



¿Qué sapatos acompañarían a esa humana en su sita con el canelo? 
Me costaba no dejar volar la imaginasión, sopesando desde el mejor hasta el peor de los casos.
Sólo esperaba que el canelo no se hubiese liado con una jipi con alpargatas.
Como ya desía, los sapatos no creemos en clases sosiales o materiales de fabricasión, pero por mucho que un sapato de piel de vacuno tenga las mismas oportunidades que una alpargata de pisina, uno no puede evitar tener sus gustos.

Estaba tan inmerso en mis elucubrasiones que casi no reparé en un apresurado taconeo, que se detuvo justo a mi lado, a la ves que el canelo y la resién llegada portadora de pieses rompían a chapurrear en el indesifrable galimatías que ustedes vosotros los humanos utilisan para comunicarse.

jueves, 5 de febrero de 2009

El sapatón que juró vengansa.

¿Por dónde empesar?

Es muy complicado que ustedes vosotros, siendo como son en su mayoría humanos puedan dilusidar los sentimientos de un sapato. 
No es una aseverasión gratuíta en modo alguno. 
Ser un sapato tiene su presio.

Nosotros, los sapatos, cohabitamos en una sosiedad ajena a los prejuisios humanos puesto que para nosotros no esisten las clases sosiales, no nos discriminamos entre nosotros por cuestiones de rasa, sesso o  creensia, pues somos consientes de que todo sapato que se presie está destinado a arrastrarse por la vida y hasta hoy aseptábamos con gran estoisismo nuestro destino.

Pero el ser humano es cruel y egoísta, una espesie que jamás piensa que un sapato es algo más que un mero reseptáculo para sus pieses, normalmente pesturrientos, que albergamos en nuestro seno envolviéndolos de calor y bellesa hasta el punto que muchas veses estos se convierten en objeto de deseo para sus semejantes.

Pocos humanos dan a los sapatos la importansia que meresen.
Incluso en siertas culturas el sapato representa lo más bajo del ser, lo apestoso, serdo e insignificante. Culturas... Ja! No meresen siquiera llevar sapatos. Quisá unos cuantos años arrastrando los pieses por la gravilla y los cristales rotos les hisieran tomar consiensia de la importansia de un sapato para su bienestar y entonses sabrían apresiar lo que desinteresadamente hasemos por ellos.

Pero se acabó. 
Hoy un sapato ha dicho basta.
Hoy un sapato se ha hartado de ver a sus congéneres desechados en contenedores de basura por aquellos que están por ensima de los pieses.
Se ha hartado de que sólo se acuerden de que hay hospitales para sapatos cuando la economía aprieta.
Se ha hartado de ver sapatos sufriendo las inclemesias del tiempo, tirados en la calle por habérseles roto un cordón, como si fuesen culpables de la ineptitud del que tira demasiado fuerte (además, para que lo sepan, la sensasión de asfisia cuando eso ocurre es algo que no puedo esplicar sin que la congoja se adueñe de mi empeine).

Ese sapato ha inisiado una crusada sangrienta contra los portadores de pieses.

Ese sapato soy yo.

Y os mataré a todos, incluido tú, que estás leyendo esto, a menos que seas un sapato.