lunes, 16 de febrero de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (3)

Al salir del sine la sita prometía emosiones intensas.
No sé si por mi encanto natural de isquierdista proletario o bien por mi asento, ambos botines paresían buscar una sensasional noche de actos sonrojantes, mientras mi hermano derecho caía en el más asoluto ostrasismo y el canelo intentaba como podía -o sabía- que la resién conosida portadora de pieses le franquease el umbral de su habitasión.

No paresía ser sufisiente con una sesión golfa de sine. La portadora de pieses no estaría dispuesta a portarse como una golfa antes de una sena de medianoche y unos mojitos de angostura.

Ya en un conosido restaurant-lounge de la sona más chic de la siudad, fusión japonés-brasileño en el cual abultaba más la cuenta que la carta, pude comprobar que estaba en lo sierto en mis suposisiones aserca de ese par de sapatos de ensueño. Las dos bellesas acarisiaban seductoramente mi empeine, horma y serquillo al refugio de los largos manteles que cubrían la mesa mientras mi hermano derecho, sin siquiera atreverse a llamar la atensión se agitaba nerviosamente, aunque esto último bien pudiese obedeser a que el canelo estaba cayendo víctima del influjo sesual de la desconosida, o acaso, más prosáicamente, que le hubiesen entrado ganas de micsionar.

Tras unos cuantos mojitos y un chupito de sake, invitasión de la casa, ambos se hisieron a la calle y con ellos las dos parejas dispares que formábamos mi hermano derecho, visiblemente incómodo, yo mismo y los dos bellos botines que contoneaban sus tacones y me miraban lassivamente mientras me guiñaban los ojales en una suerte de dansa de apareamiento que para ser sinsero, me dio ganas de aparearme a base de bien aunque no supiese muy bien cómo haserlo puesto que el canelo no me había guardado nunca bajo una cama acompañado de sapatos de humana, esepto aquella ves que más acongojado que sesualmente esitado, sufrí la esperiensia de ser sodomisado por una bota militar de puntera metálica que para más inri desconosía el término "peusek". Creo que mi hermano derecho nunca terminó de superar el trauma.
Pero será mejor dejar para otro día la complicada vida sesual de los sapatos puesto que dudo que ustedes vosotros sepan apresiarla sin escandalisarse.



Finalmente llegamos al piso de la humana, y sin más preámbulos que un empujón y una frase que desía algo así como "demuéstrame qué sabes hacer, tigretón, que los mojitos me han puesto mojita", sea cual fuere su significado, se entregaron a toda clase de actos que me hisieron suplicar al Gran Sapato de los Sielos que desnudasen también sus pieses y nos evitasen ser espectadores de sus humanadas sudorosas.

Afortunadamente, se deshisieron de nosotros y por fin pude deslisarme bajo la cama con ese par de rutilantes bellesas y emplearme como un campeón a erisarles los cordones de plaser a ambas, mientras mi hermano derecho era testigo de todo desde la alfombrilla y me miraba de reojal con manifiesta envidia mientras dos gordas sapatillas de andar por casa le tiraban los tejos de manera descarada, a lo que el pobre desgrasiado no paresía muy reseptivo.

Sea como fuere, omitiré los detalles por no llenar de susia pornografía este relato y les emplasaré en el momento en el que ya descansaba entre los dos botines, arropado por el cuero de sus cañas. Cubierto de arrumacos y carisias, mis cordones recorrían toda la estensión de los dos altivos tacones que como columnas jónicas me hasían sentir un semidiós del sapartenón.

Y entonses la fantasía de madera, carne y sangre que me había acompañado durante toda la noche adquirió una claridad meridiana.

Le pregunté a los botines:

- Reinas, ¿Puedo haseros una pregunta, a riesgo de ser indiscreto?
- León -Respondieron- después de esta noche puedes hasta preguntarnos el número.
- No, presiosas, no llegaré tan lejos. Dije indiscreto, no grosero. ¿Cuánto miden vuestros tacones?
- Quinse sentímetros aprosimadamente. -Dijo el botín derecho, algo estrañado pero visiblemente curioso.
- No te irá el rollito raro, ¿no? -Apuntó el isquierdo.
- ¡Oh, no! -respondí con una carcajada- ¡Por supuesto que no!

"Quinse sentímetros!" -pensé. "Estoy viendo el camino a seguir"

- Entonses? -Insistió el botín isquierdo.
- Prestad atensión...

De memoria, les resité mi manifiesto de liberasión sapatil y cuando terminé les brillaban los ojales de pura esitasión.
Volvimos a entregarnos a la concupisensia en un acto de catársis que nos uniría en nuestro posterior acto inisiático.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (2)

De pronto, mis pensamientos quedaron interrumpidos por una visión que me dejó con la lengüeta fuera.

Envueltos en un halo de glamour, un par de botines de tacón alto se hallaban a mi lado sin apenas haber reparado en mi.
Eran la bellesa sapatificada.
Eran de un color negro rutilante -¿charol, quisás?- y remachados con diminuta pedrería que destellaba con la lus de las farolas y de la marquesina del sine a cada uno de los suaves movimientos que hasían, con una elegansia que paresía fuera de lugar, una cadensia distinta a cualquiera de los objetos en movimiento que nos rodeaban, como si el tiempo y el espasio hubiesen reservado un hueco sólo para albergar esa sensual forma de moverse.

Quedé impresionado.
Sólo faltaba saber si eran, además de bellos, perfectos.
Así que osé alargar uno de mis cordones y rosar suavemente su empeine, deseando descubrir que no eran de polipiel.
El tacto consistente y elástico de su revestimiento me convensió. Auténtica piel de porsino.
Se me erisaron los prespuntes al contacto de mis cordones mojados por la lluvia con la perfecsión hecha sapato.

Hasta mi hermano derecho, que nunca solía desir nada, rompió su silensio para desir:

-Joer, tio, están buenos, eh? A ver si esta noche triunfamos, y catamos tacón de una ves!

Siempre me irritaron los modales de mi hermano derecho. Si hubiese sabido que esa era la última noche que pasaríamos juntos, quisá se hubiese guardado su comentario.

Una ves en el sine inisié mi asercamiento, aprovechando que el canelo tenía la horrible costumbre de descalsarse tan pronto como se sentaba en la butaca, lo cual me dejó una libertad de movimientos que me vino al dedillo.
presenté mis disculpas por el comentario de mi hermano derecho, que fueron aseptadas puesto que ya que teníamos que compartir una noche, mejor que fuese en pas y armonía.

De pronto, mientras charlábamos me asaltó un pensamiento que me horrorisó.
Me pregunté qué penetrasión tendrían esos taconasos en la carne de los portadores de pieses.
Me sentía tan estraño... jamás había tenido semejante pensamiento hasia mi portador de pieses, por canelo que fuese.
Pero por alguna rasón la idea se fue afiansando en mi cabesa y no me abandonó por el resto de la velada.
Una velada que resultó ser más movida de lo que hubiese sospechado, y en una connotasión radicalmente distinta.

lunes, 9 de febrero de 2009

La tentasión llevaba tacones altos (1).

Me paresía imposible.
Jamás lo hubiese creído de no haberlo visto con mis propios ojales.

El inepto de mi portador de pieses tuvo una sita.
¡Y yo que lo hasía tan canelo! 

Por lo visto la sita fue muy bien para él, pero muy mal para mí. Ay! Las prioridades de un sapato no siempre concuerdan con las de un portador de pieses.
Al canelo no se le ocurrió otra cosa que sitarse con la mujer en la puerta de un sine.
No podían haberse sitado DENTRO del sine?! 
Estaba lloviendo a cántaros y huelga desir que a un sapato no le sirve de mucho un paraguas.
Estaba empapado y nervioso, pues según algunos amigos cuyos portadores de pieses disfrutaban una vida sosial más intensa que la de mi canelo, dos pares de sapatos bajo una cama son capases de realisar actos tanto o más lúbricos que los que ocurren ensima de ella.



¿Qué sapatos acompañarían a esa humana en su sita con el canelo? 
Me costaba no dejar volar la imaginasión, sopesando desde el mejor hasta el peor de los casos.
Sólo esperaba que el canelo no se hubiese liado con una jipi con alpargatas.
Como ya desía, los sapatos no creemos en clases sosiales o materiales de fabricasión, pero por mucho que un sapato de piel de vacuno tenga las mismas oportunidades que una alpargata de pisina, uno no puede evitar tener sus gustos.

Estaba tan inmerso en mis elucubrasiones que casi no reparé en un apresurado taconeo, que se detuvo justo a mi lado, a la ves que el canelo y la resién llegada portadora de pieses rompían a chapurrear en el indesifrable galimatías que ustedes vosotros los humanos utilisan para comunicarse.

jueves, 5 de febrero de 2009

El sapatón que juró vengansa.

¿Por dónde empesar?

Es muy complicado que ustedes vosotros, siendo como son en su mayoría humanos puedan dilusidar los sentimientos de un sapato. 
No es una aseverasión gratuíta en modo alguno. 
Ser un sapato tiene su presio.

Nosotros, los sapatos, cohabitamos en una sosiedad ajena a los prejuisios humanos puesto que para nosotros no esisten las clases sosiales, no nos discriminamos entre nosotros por cuestiones de rasa, sesso o  creensia, pues somos consientes de que todo sapato que se presie está destinado a arrastrarse por la vida y hasta hoy aseptábamos con gran estoisismo nuestro destino.

Pero el ser humano es cruel y egoísta, una espesie que jamás piensa que un sapato es algo más que un mero reseptáculo para sus pieses, normalmente pesturrientos, que albergamos en nuestro seno envolviéndolos de calor y bellesa hasta el punto que muchas veses estos se convierten en objeto de deseo para sus semejantes.

Pocos humanos dan a los sapatos la importansia que meresen.
Incluso en siertas culturas el sapato representa lo más bajo del ser, lo apestoso, serdo e insignificante. Culturas... Ja! No meresen siquiera llevar sapatos. Quisá unos cuantos años arrastrando los pieses por la gravilla y los cristales rotos les hisieran tomar consiensia de la importansia de un sapato para su bienestar y entonses sabrían apresiar lo que desinteresadamente hasemos por ellos.

Pero se acabó. 
Hoy un sapato ha dicho basta.
Hoy un sapato se ha hartado de ver a sus congéneres desechados en contenedores de basura por aquellos que están por ensima de los pieses.
Se ha hartado de que sólo se acuerden de que hay hospitales para sapatos cuando la economía aprieta.
Se ha hartado de ver sapatos sufriendo las inclemesias del tiempo, tirados en la calle por habérseles roto un cordón, como si fuesen culpables de la ineptitud del que tira demasiado fuerte (además, para que lo sepan, la sensasión de asfisia cuando eso ocurre es algo que no puedo esplicar sin que la congoja se adueñe de mi empeine).

Ese sapato ha inisiado una crusada sangrienta contra los portadores de pieses.

Ese sapato soy yo.

Y os mataré a todos, incluido tú, que estás leyendo esto, a menos que seas un sapato.